De nuevo
Telemadrid nos solicitó grabar una de nuestras rutas para
Madrid Directo, en esta ocasión con ambiente otoñal, aunque a estas alturas del año habría que decir preinvernal.
Invernal era el tiempo que parecía íbamos a tener por los coletazos de la borrasca Emilia y, aunque despertamos con lluvia en todo Madrid y niebla en el puerto de Navacerrada y Cotos, fue bajar al Valle de la Angostura y Lozoya y comenzar a disfrutar de hasta algún claro y sin lluvia, parecía milagroso, y lo mejor es que ésta fue la tónica de todo el día.
Aparcamos en la entrada de
Rascafría y nos acercamos a la plaza del pueblo. En el
bar Casa Briscas nos esperaban los más madrugadores tomando café.
Tras hacer lo propio, iniciamos la ruta cruzando el arroyo Artiñuelo, para seguir el camino que discurre paralelo a la carretera de Cotos (M-604).
La abundancia de agua del arroyo hacia presagiar que el
río Lozoya llevaría mucho caudal, como así tuvimos ocasión de comprobar enseguida, nada más pasear por su orilla, donde un par de miradores que se adentran en el cauce permiten contemplarlo mejor.
El sonido del agua al caer de las represas que desvían el agua a los lagos interiores era espectacular.
Pasamos frente a la inconfundible imagen del
Monasterio de El Paular, del que destaca su esbelta torre. Se construcción se dilató desde1390 hasta 1835, dedicándose a monasterio cartujo. En 1954 empezó a operar como priorato benedictino.
Laura, la reportera y Carlos, el cámara del programa Madrid Directo nos estaban esperando a las puertas de la abandonada Hospedería de Santa María de El Paular.
El hotel cerró sus puertas en 2014 y ha estado inactiva desde entonces, a pesar de los continuos esfuerzos y demandas ciudadanas y políticas para su reapertura, incluso como
Parador Nacional, encontrándose actualmente bloqueada por gestiones administrativas y la necesidad de una concesión para su explotación comercial, mientras el monasterio sigue siendo un espacio espiritual y turístico.
En el histórico
puente del Perdón nos hicieron la primera toma del reportaje, lugar donde allá por el siglo XIV se estableció la costumbre de dilucidar en una de las orillas del puente la inocencia de los reos, al tener
Rascafría privilegios para poder juzgar, dada su lejanía de Segovia, a la que por aquel entonces pertenecía, aislada por las montañas de
Peñalara y la
Cuerda Larga.
Escuchada su defensa, los cuatro quiñoneros decidían si era culpable o no. Si lo era lo conducían valle arriba hasta la
Casa de la Horca, donde era ajusticiado.
Si la apelación era favorable, le dejaban cruzar el puente, libre y a a salvo. Por ello y aunque eran pocos los que se libraban de la culpa, el puente pasó a llamarse del Perdón.
Desde aquí hay una bonita panorámica del puente con el
Monasterio de El Paular al fondo que captaron las cámaras antes de echar a andar hacia
Las Presillas, zona recreativa en la que una hermosa pradera verde y las piscinas naturales formadas por el
río Lozoya atraen a mucha gente los fines de semana de verano.
Hoy sólo estábamos nosotros, los chopos y álamos, que tenían sus ramas casi deshojadas.
El poco viento que se levantó hizo que cayeran muchas de las pocas que quedaban, lo que aprovechamos para obtener una toma muy otoñal que quedó muy bien en la tele.
Cruzamos por uno de los muros de contención una de las presas, que tenían las compuertas abiertas como suele hacerse terminada la temporada de baño del verano, uno de los pocos espacios naturales de Madrid en que están permitidos. Se hace para facilitar la limpieza de los fondos y evitar aglomeraciones de ramas, como bien contó Vicky a cámara.
En la otra orilla, Marcos H, les hizo una magnífica demostración de lanzamiento de piedras para que rebotaran en el agua y que él llama cazar ranas, en mi tierra se dice hacer la rana y de forma más culta a esta actividad se la conoce como epostracismo, que deriva del griego "epi" (sobre) y "ostrakon" (concha/piedra), y se logra con una técnica específica (ángulo, velocidad y giro) que permite a la piedra deslizarse sobre la tensión superficial del agua.
Disfrutando del murmullo del agua, a la orilla de las piscinas naturales paramos a tomarnos el aperitivo y a hacernos la foto de grupo junto a Laura.
Tras el descanso, cruzamos el puente de madera que hay al inicio del recinto y, tras pasar un portón, nos acercamos al río Lozoya para remontar su ribera derecha, admirando la fuerza del agua que se arremolinaba contra las piedras que encontraba a su paso.
Era mi intención vadear el
arroyo Aguilón, que unos 6 kilómetros más arriba forma las famosas
cascadas del Purgatorio, pero resultaba imposible cruzarlo, por lo que lo acompañamos hasta dar, unas decenas de metros aguas arriba, con el puente que lo cruza.
De nuevo nos acercamos al río para seguir un sendero que recorre quizás la zona más bonita de su recorrido. Pasamos junto al puente de madera que tiene una enorme poza debajo, en la que más de uno nos hemos bañado en las excursiones de verano.
En placentero paseo, fuimos siguiendo los amplios meandros que realiza el río. Al alcanzar la abandonada central eléctrica hicimos otra toma cruzando el puente que hay junto a ella, narrando a continuación algo de su historia. La
fábrica de la luz abastecía antaño a
Rascafría y otros pueblos cercanos, quedó en desuso a mediados del siglo XX. Es una pena que se encuentre en tan lamentable estado.
Continuamos junto al río, aunque un poco más alejados, siguiendo un sendero junto a una tapia de piedra cubierta de un precioso musgo de un verde intenso.
Junto a ella Marcos H. contó a cámara que los líquenes de los robles y este musgo solo es posible en zonas umbrías y de mucha humedad.
Nuestra siguiente parada fue el muro de la
presa del Pradillo, que retiene el agua que luego, un par de kilómetros aguas abajo, gracias a una acequia y una gran tubería, servía para mover los motores de la fábrica de luz por la que acabábamos de pasar.
Es un rincón pleno de encanto, un oasis de agua cristalina embalsada por la presa, refugio de aves y peces que se encajona en el profundo Valle de la Angostura.
El agua se desparrama en decenas de chorreras blanquecinas por la espuma. Está, rodeado de bellos y frondosos pinares, que hacen de este lugar un paisaje idílico más propio de latitudes alpinas que de
Madrid.
Aquí grabamos la última toma antes de iniciar el regreso volviendo sobre nuestros pasos hasta desviarnos, pasado un portón hacia la izquierda, para cruzar el puente de La Isla, que salva el angosto paso por el que el agua se escurre entre las rocas en varios bellos saltos.
En el
aparcamiento de la Isla nos despedimos de Laura y Carlos,que tenían que editar el reportaje y hacer un directo en el pueblo de
Navacerrada al anochecer, justo antes de la emisión de nuestro reportaje, que se puede ver en el enlace de más abajo.
Allí mismo dimos cuenta de los bocadillos antes de iniciar el regreso, que esta vez fue por la margen izquierda del río, siguiendo un sendero que pasa frente a la fábrica de la luz, el puente de madera que vimos en la subida desde el otro lado y que acaba en Las Presillas.
Las cruzamos y nos acercamos al
puente del Perdón, que esta vez no cruzamos, si no que continuamos por un camino de tierra que sale a la derecha, dejando el río y su esclusa a la izquierda, y se interna en el bosque finlandés, que recibe su nombre por las similitudes que presenta con los bosques de ese país.
Abetos, chopos, acebos, abedules y otras especies arbóreas propias de los parajes del norte de
Europa jalonan este paseo que permite observar un precioso embarcadero sobre las aguas del
río Lozoya.
En este punto se forman una larga represa, que servía para acumular el agua en el precioso lago para así abastecer el cercano molino de papel
Junto al embarcadero se encuentra una caseta de madera que, en su día, se utilizó como sauna, uno de los símbolos finlandeses.
En el lago se bañaban los oriundos de este país que vinieron a trabajar en la serrería que explota estos bosques, la Sociedad Belgas de los Pinares de El Paular.
Aquí un poco de su historia contada por J
uan Vielva Juez, el mayor responsable de la belleza de este lugar..
El paisaje es realmente soberbio y espectacular durante todo el año. En primavera, la vida se va a abriendo camino y el deshielo de las cumbres hace que el agua sea aún más protagonista.
En verano, sus suaves temperaturas lo convierten en un sitio ideal para estar fresquito. En otoño, los colores ocres y dorados invaden el paisaje y le aportan un aire realmente evocador. En invierno, es posible encontrarlo con nieve y hasta con sus aguas, prácticamente, congeladas.
Continuamos acercándonos a las ruinas de
Casa de los Mazos, que formaba parte del entramado de molinos de papel en el que los monjes del
Monasterio de El Paular fabricaban hojas.
Fue el primero que existió en Castilla y de él salió el papel que se utilizó para imprimir la edición príncipe de la primera parte de El Quijote. El edificio fue transformado en el Campamento de San Benito, hoy en ruinas.
Por un puente de barandillas rojas cruzamos el
río Lozoya, pasamos junto a unas naves ganaderas y conectamos con el sendero que nos lleva al pueblo, por donde salimos esta mañana.
Entramos en Rascafría al atardecer, y nos fuimos al bar El Río para tomamos las cervezas que pusieron fin a esta bonita ruta televisada, con ambiente otoñal y el agua como protagonista y que califico con 5 estrellas.
Paco Nieto
FOTOS