Inicio: Piano Provenzana. Sicilia
Final: Sant'Alfio. Sicilia
Tiempo: 2 a 3 horas
Distancia: 8,6 Km
Desnivel [+]: 289 m
Desnivel [--]: 289 m
Tipo: Solo ida
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: No/No
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 18+12
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RUTA EN WIKILOC
RESUMEN
Nuestro día comenzó en
Catania, bien temprano, con algo de sueño pero con mucho entusiasmo y las botas puestas. Fausto, el chofer, vino a buscarnos para hacer hora y media de trayecto y llegar a nuestro destino:
Piano Provenzana.
Allí nos espera Nuccio, nuestro guía vulcanólogo siciliano. Él nos informa y nos muestra el video de la pequeña erupción del Etna durante la noche. De hecho, en los gráficos que nos mostró el día anterior, ya se veía la actividad creciente. Es la tercera vez que el volcán libera magma en lo que va de año. Nada peligroso, pero sí un recordatorio de que estábamos caminando sobre una fuerza de la naturaleza que no descansa nunca. ¡Que pena habernos perdido semejante espectáculo!
En
Piano Provenza, a 1800 me de altitud empieza nuestra caminata de 8,6 kilómetros para adentrarnos en un paisaje volcánico dramático y sobrecogedor. La ruta es solo lineal porque al final estará la tartana esperando, pero en este recorrido es. donde la montaña muestra su lado más bello, crudo y auténtico.
Nuestro guía nos va hablando de la gran erupción de 2002 que arrasó con toda la zona, incluyendo la estación de esquí y los refugios y de cómo el Etna se sigue moviendo, respirando. En la erupción del 2002, se abrieron 15 cráteres en la zona, lanzó sus cenizas a mas de 1000 m de altitud y abrió dos grandes brechas, una sur y la otra norte, con salida al mar por la que vamos caminando. A estas alturas del viaje, ya todos hemos aprendido que el Etna es un volcán explosivo.
Después de subir a uno de los cráteres, dejamos a la derecha el
Monte Nero, un cono secundario de erupción, de perfil limpio y oscuro, resultado de antiguas emisiones de lava.
Su superficie está cubierta por fragmentos de escoria volcánica, con tonos negros y rojizos que contrastan con el cielo y el resto del terreno.
Aunque antes aquí había un frondoso bosque de hayas, ahora este monte se impone por su color y su forma perfectamente cónica.
El terreno por donde avanzamos está formado por campos de lava solidificada. Son coladas de lava que han creado un mar de piedra negra y formas irregulares, a veces afiladas y otras más suaves por la erosión del viento y la nieve.
Entre las rocas negras surgen islas de vegetación resistente, como retamas del Etna (genistas) que oxigenan la lava, líquenes y algunos pinos dispersos, que luchan por sobrevivir en ese entorno hostil. En primavera y verano, algunas de estas plantas florecen, añadiendo pinceladas verdes y amarillas al gris predominante del suelo.
Por encima de nosotros, el cono principal del
Etna se asoma imponente, coronado por una fumarola blanca y algunas nubes.
La caminata siguió entre campos de lava solidificada, arbustos que resisten como pueden y vistas impresionantes del Valle del Bove, una gigantesca caldera natural que parece de otro planeta.
Entre las nubes, se dejaba ver una columna de humo saliendo del cráter principal. Estaba ahí, latente, presente, y más vivo que nunca.
Pero no todo es nobleza en estas tierras. En los rincones más bajos, se extiende una planta baja, rastrera, apenas visible al principio: el
spino santo (Tribulus terrestres). A simple vista parece inofensivo, pero basta un roce para revelar su verdadera naturaleza. Sus espinas ocultan un ácido irritante que, al contacto, provoca un dolor agudo y persistente.
Los pastores solían decir que “hacía ver a los santos”, y de ahí quedó el nombre. Sin embargo, su raíz guarda un secreto antiguo: ha sido usada desde tiempos remotos como medicina natural, para cálculos renales o como calmante de inflamaciones.
En este entorno severo, la vida se abre paso con terquedad. Aquí y allá, brotan
pinos laricios. Al cruzar por este bosque, muchos de los arboles muestran las cicatrices del trueno. Sus troncos están abiertos, quemados, partidos por la fuerza invisible de los rayos, huellas de una tormenta eléctrica que dejó marcas profundas.
Más adelante, el camino cruza dos ríos estacionales, conocidos por los locales como los “ríos de 40 horas”. No tienen nacimiento fijo ni caudal constante. Sólo aparecen durante el deshielo primaveral o tras las lluvias intensas, fluyendo durante apenas dos días antes de desaparecer. Estos cursos de agua efímeros recorren el corazón erosionado de una antigua colada de lava, dejando al descubierto un lecho de basalto pulido.
Y llegó la parada para el picnic, en el umbral de un refugio que estaba cerrado. Sacamos los bocadillos y a falta de un buen café, Juan compartió sus caramelos de café para ponernos a tono y seguir la ruta.
Mas tarde nos adentramos en la zona de los Monti Sartorius: un conjunto de pequeños conos volcánicos formados por la erupción lateral de 1865. Aquí, el contraste entre los montículos de escoria roja y los bosques de abedules crea un paisaje casi onírico.
Los senderos serpentean entre colinas suaves, donde el suelo cruje bajo las botas. Este tramo del
Etna norte no es solo una caminata: es una travesía por el tiempo geológico, por la lucha entre destrucción y renacimiento, donde la lava, el hielo, la lluvia y la vida se encuentran en un equilibrio tan inestable como perfecto.
El sendero penetra luego en un espacio inesperadamente luminoso: un bosque de abedules (Betula aetnensis), especie única en el mundo, que sólo crece en las laderas de este volcán. Sus troncos claros, plateados y rugosos brillan contrastando con el fondo oscuro de ceniza.
Antiguamente, estos abedules eran cuidadosamente cultivados y aprovechados. Su madera se utilizaba para hacer carbón vegetal, y se manejaban como un recurso renovable de gran valor. Hoy, sin embargo, el bosque lucha por sobrevivir: un hongo parasitario ataca los ejemplares deteniendo su crecimiento y debilitando su regeneración natural. Pese a ello, las condiciones climáticas de esta cara del
Etna siguen siendo ideales para su supervivencia: la nieve llega ya en octubre, el invierno es largo y frío, y las precipitaciones son abundantes.
Al final del recorrido, el sendero desciende lentamente hasta la carretera de
Sant’Alfio, un pequeño pueblo que parece dormir al borde del
Etna. Allí nos espera el chofer, con la paciencia de quien conoce los ritmos de la montaña.
Subimos al vehículo cansados, pero con el cuerpo ligero y el alma llena. El silencio en el regreso no es fatiga, sino recogimiento: llevamos los ojos llenos de lava, de bosques heridos por rayos, de ríos que duran un suspiro y de árboles que insisten en vivir. La montaña se queda atrás, pero la imagen quedara en nuestra memoria.
Después dimos un paseo monumental por la bella Catania. Le otorgo un 5 a esta excursión porque fue preciosa.
Inés Rodado