PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RUTA EN WIKILOC
RESUMEN
La cita nos reunió en el
valle del Lozoya, corazón del
Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.
En Rascafría, fuimos aparcando nuestros coches junto al arroyo Artiñuelo, y poco a poco, los 22 senderistas fuimos formando grupo. Cruzamos el río Lozoya y tomamos el camino que bordea la finca de El Robledo, puerta de entrada a la aventura.
Pronto nos vimos inmersos en el espectacular
robledal de Horcajuelos, un bosque soberbio de roble melojo o rebollo (
Quercus pyrenaica), árbol tan castizo como noble.
Sus hojas aún tiernas, el sotobosque florecido y el sendero tachonado de violetas, orquídeas y narcisos de montaña nos envolvían en un festín de colores. El aire, limpio y templado, traía aromas de jara y tierra húmeda, mientras la luz jugaba entre claros y sombras, regalándonos un paisaje en movimiento.
La primera parada fue ante la
Sabina del Chorrillo, un árbol solitario y resistente, que parecía custodiar los secretos del tiempo. Su porte sereno y sus ramas retorcidas nos invitaron al silencio y la contemplación.
Nuestro habitual ángelus “brunch” transcurrió bajo la compañía amable de los robles y las flores primaverales. Carolina nos agasajó con dulce de membrillo y Marcos con chocolates, un festín sencillo pero memorable.
Continuamos hasta el
Rebollo del Palancar, árbol singular donde inmortalizamos la jornada con la foto de grupo, con la sierra desplegando su grandeza al fondo.
Más adelante alcanzamos el refugio del Palancar —cerrado en estas fechas—, junto a la carretera M-611. Allí cambiamos el rumbo: de sureste a suroeste, hacia el Alto del Robledillo.
El camino, flanqueado por masas arboladas a nuestra derecha, se animaba con manchas amarillas de retamas y con el estallido floral de los claros, mientras los picos nevados enmarcaban la escena.
En el Alto del Robledillo, las vistas eran soberbias: el valle del Lozoya se extendía a nuestros pies, con el monasterio de El Paular como joya central, arropado por las alturas de Peñalara y la Cuerda Larga, aún manchadas de nieve.
El contraste entre cumbres blancas y valle verde fue uno de esos instantes que quedan grabados en la memoria. Allí mismo charlamos un rato con la vigilante de incendios en su atalaya solitaria.
Comenzó después el descenso hacia el arroyo Aguilón, que baja impetuoso desde las preciosas cascadas del Purgatorio.
A su orilla dimos buena cuenta de nuestros bocadillos, acompañados por el rumor potente del agua. Algunos, valientes, se atrevieron a refrescar los pies en su corriente fría y viva.
Repuestas las fuerzas, seguimos hasta las Presillas, animadas ese día por un grupo de estudiantes bulliciosos. El restaurante, donde en otras ocasiones habíamos disfrutado de cerveza fresca, estaba en obras: restauraban su tejado.
Cerca ya del
monasterio de El Paular, Carlos nos ilustró con la historia del antiguo batán hidráulico que los monjes cartujos empleaban para fabricar papel.
Trapos de lino, cáñamo, algodón o esparto se transformaban, tras el batido, la pulpa obtenida se colocaba en moldes para obtener hojas de papel de gran calidad.
Aunque no hay certeza absoluta, se sabe que el papel de
El Paular nutrió muchas imprentas de
Madrid y
Alcalá de Henares, y que muy probablemente algunos pliegos acabaron en la primera edición del
Quijote en 1604 (aunque lleva fecha de 1605), salida del taller de
Juan de la Cuesta, situado en
Madrid, en la
calle Atocha, número 87.
La última parte del recorrido fue como entrar en un mar de tranquilidad: el Bosque Finlandés, con su cabaña de madera, su embarcadero solitario y el agua del Lozoya reflejando la magia del entorno. Todo respiraba un aire de cuento, difícil de abandonar.
Regresados a
Rascafría con las piernas cansadas pero el espíritu rebosante de primavera.
La jornada culminó en el obrador de chocolate San Lázaro, a donde Marcos nos guio en la degustación de nuevas delicias y tentadoras compras.
En definitiva, una jornada espléndida: unos 13 kilómetros y 400 metros de desnivel en la mejor de las compañías. Valoración final: 4,5 sicarias.
Ángel R. Otero